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Sujeto vulnerable

Galería La Gran (Valladolid) y Nocapaper (Santander).  31 marzo – 27 mayo de 2017.

Comisariado de Sara Blanco y Pedro Gallego.

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Aunque la performance naciera a principios del siglo XX de la mano de las vanguardias, en los años sesenta era todavía una disciplina artística lo suficientemente fresca, genuina y libre de connotaciones patriarcales como para convertirse en el recipiente perfecto del arte feminista. Judy Chicago, Hannah Wilke, Nan Goldin, Gina Pane o Esther Ferrer, por nombrar tan solo algunas, se sirvieron de este recurso, inmortalizado gracias a la fotografía o el video, para implantar una práctica artística crítica y reivindicativa sobre el papel de la mujer en el arte y la sociedad del momento. Todas utilizaron su cuerpo como objeto a partir del cual construir nuevas percepciones en torno a la feminidad. Pero fueron dos imprescindibles como Ana Mendieta y Cindy Sherman quienes emplearon la estética del camuflaje, del enmascaramiento, como forma de visibilizar lo que para ellas permanecía oculto: la identidad de la mujer.

Para Verónica Vicente (Tomiño, Pontevedra, 1988), trabajar con la evasión del cuerpo a través de la performance es también una manera de reflexionar sobre la identidad del ser humano de hoy dentro de la sociedad que le ha tocado vivir. Aunque fácilmente podrían atribuírsele muchas de las características propuestas por el feminismo militante –tanto en forma como en fondo y sobre todo en sus últimos trabajos– sus piezas no poseen una intencionalidad de género manifiesta. De alguna manera, el hecho de incluir su corporalidad o la de alguien cercano como extensión de ella misma, es un ejercicio de significación, de autodefinición, de establecer sus propios límites como persona y también como mujer en el espacio que habita.

En esta visión general de su aún joven trayectoria, se aprecia además una significativa evolución en la manera de exponerse dentro de la obra, construyendo y deconstruyendo su propia identidad para mostrarse de la forma más sincera posible. En sus primeras series como “Frontière à ne pas franchir?” (2009) o “Entre bambalinas” (2011), ella misma se sugiere como mera espectadora de la imagen, con un latente carácter voyeurista que comparte con el público. Pero es en “Una estrategia de la apariencia” (2011-2012) y en “Figuras decorativas” (2015-2017) donde empieza a desvelarse como intérprete principal de la escena, aunque permaneciendo siempre oculta bajo diferentes atuendos. Esta tendencia a negar el rostro hasta el punto de convertirse en un mero elemento escultórico, obliga –paradójicamente– a centrar toda la atención sobre él, subrayando su protagonismo e invitando de nuevo al espectador a sentirse identificado.

Si bien la acción performativa es el origen de sus últimos trabajos, no hay que desestimar el acto fotográfico y su variante en forma de video como herramientas fundamentales en las que el sentido compositivo, la centralidad de los puntos de fuga o los juegos de abstracción geométrica adquieren un papel principal en el proceso de materialización de la obra. A través de este marcado preciosismo técnico, la artista se introduce en escenarios muy cuidados donde la hiperestetización del entorno o la absoluta despersonalización del mismo refuerzan en gran medida la carga conceptual de las piezas.

Este ejercicio de reducir al ser humano a un simple objeto inmerso en un contexto caracterizado por el exceso o por la carencia, es una forma de cuestionar cómo nos percibimos dentro de nuestro mundo globalizado, cada vez más homogéneo e impersonal. Por eso, la idea de ausencia, tan característica de nuestro día a día es la que prevalece en la mayoría de las imágenes y la cosificación del cuerpo que Verónica Vicente nos propone termina por convertirse en el reflejo más sincero de la sociedad tragicómica del selfie, los estereotipos y la apariencia.

Sara Blanco