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Al límite de la presencia

La obra reflexiona sobre la idea de cuerpo abordado desde sus límites: fronteras que lo rodean y lo atraviesan. Fronteras físicas, pero también las del lenguaje, donde las palabras se convierten en muros capaces de comprometer la integridad del cuerpo.

El ser humano se define en esos límites, que siente continuamente vulnerados. Santiago Alba Rico en su ensayo “Ser o no ser (un cuerpo)” describe al ser humano como la única especie capaz de clasificar, pero también de rebelarse contra esas clasificaciones o diferencias, usándolas incluso para excluir y discriminar. En esa paradoja aparecen las barreras: visibles e invisibles, corporales y léxicas. Son “los cuerpos que están a punto de regresar a la carne”: cuerpos que desprovistos de lenguaje son carne, son materia y, por lo tanto, desaparecen en cuanto a cuerpo. En definitiva, a lo que carece de límites no puede ser definido ni nombrado.

La acción performativa propone un gesto de liberación. Verónica oculta su rostro tras una máscara de barro hecha con su propio molde, que actúa como una segunda piel, impidiendo ver y hablar. Al desgastarla sobre la pared hasta deshacerla por completo, el cuerpo se reapropia de sí mismo, recupera su identidad y su nombre propio. El rastro de la acción deja sobre el muro una línea a modo de metáfora: la frontera que une, pero también separa. Esta revelación simbólica sitúa la reflexión en la capacidad de diálogo, en el empleo del lenguaje ante los muros de la incomprensión. La verdadera naturaleza del ser humano parece estar condenada a levantar barreras: ¿para protegerse o para desafiar sus propios límites? ¿Esconderse o descubrir lo que se oculta más allá? Y si el diálogo existe, ¿no debería ser el puente que nos conecta con lo otro?